Mas o menos eso es lo que debe pensar Martina, o lo que pensaba, ya que cuando fuimos por primera vez a la playa no hubo manera de sacarla de las toallas. Cada vez que tocaba la arena se le descomponía la cara y parecía que iba a echar la pota... era como si esa textura nueva le diera asco. La siguiente vez ya interactuó más y poco ha poco lo ha ido superando, hasta llegar al punto de que tienes que ir detrás de ella todo el rato, ya que se pone a gatear como una loca por la arena y como te descuides le pasa por encima a cualquier playero que este por ahí tumbado. Además no está la playa para dejarla sola, que en cualquier momento te la encuentras comiendo colillas como si fueran chipirones...
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